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‘’EL PIPORRO’’…….UN ASESINO EN SERIE.

por Joel Cárdenas
  • En Río Bravo. Una historia real.

Allá por los años 60s, 70s y los 80s, la colonia Cuauhtémoc era de las más populares en esta pujante ciudad. La Cuauhtémoc, igual que en muchos otros barrios, nacieron y se forjaron grandes personajes que le dieron lustre a ese bravísimo lugar, aunque claro, unos para bien y otros para mal; la calle Morelos, que circula de oriente a poniente y la otra también llamada Morelos, que corre de sur a norte, junto con la Galeana, eran las arterias más transitadas por quienes vivimos ahí. Cuando en otros sectores se hablaba de esa colonia, lo tenían que hacer con respeto y hasta con cierto temor, y digo con temor si hablamos de que muchos de los chavalos tenían fama de ser valientes y entrones en todo tipo de broncas, pero…. también tenemos que hablar de ciertos pelafustanes que amparados por el manto de aquellas lúgubres noches, estaban dedicados al saqueo y – peor aún – a cometer actos aberrantes que lamentablemente dejaron huella en muchas familias porque causaron mucho daño a tantísima gente que aún lo recuerda.

Hoy, a muchos, pero muchos años de su fundación, este barrio sigue su vida, ya no igual, pero sigue su vida; quizá algo cansada, con muchos difuntos y desengaños a cuestas. Esas calles que mencione siguen conservando los recuerdos de los niños y adolescentes que ya son adultos y que ya no viven en este lugar; hoy se ven cara nuevas de quienes llegaron para quedarse…y de los primeros habitantes, de aquellos que fueron sus fundadores, hoy se pueden contar con los dedos de una mano – porque – las arenas del tiempo, ese inseparable e infaltable amigo, se los ha ido llevado de a uno a uno, cumpliendo con la ley universal de vida y muerte.

Todos sabemos que los recuerdos que se tienen del barrio donde naciste, saben a pertenencia, saben a identidad y a origen; regresar al lugar donde viviste tu infancia y tu adolescencia, indudablemente que inunda los corazones de nostalgia, el alma de sentimiento y los ojos se llenan de lágrimas; no puedes borrar de tú mente ese lugar porque sin darte cuenta, tarde o temprano y a pesar de los años o a la distancia, siempre regresas a la colonia y por supuesto a la calle de tus amores; como diría rasputia…. ¡Quieras o no!

En este relato de barrio, el autor hablará de un tipo que durante muchos años, mejor dicho, desde su adolescencia se dedicó a sembrar el terror – ¡y vaya que lo logró! – no solamente en ese barrio y otros, si no en zonas exclusivas, es decir, en sectores de familias bien acomodadas. Este sujeto, sin temor a equivocarme, fue considerado el individuo más nefasto y peligroso que haya existido: así de bote pronto mencionaré que este pelafustán – ya fuera de circulación – fue un violador y homicida prácticamente en serie; fue un individuo que la mayor parte de su vida la paso tras las rejas y que finalmente se fue a rendir cuentas al todopoderoso, si es que se fue al cielo.

Andrés Espinoza, ‘’El Piporro’’, fue uno de los tipos más temidos y recordados que haya dado la colonia Cuauhtémoc; su enfermiza pasión por cometer actos fuera de la ley, lo convirtieron en carne de presidio.

A Espinoza le apodaban ‘’El Piporro’’ por su afán de vestir y cantar muy parecido a Eulalio González, sin embargo, desde la primera vez que fue capturado (allá por los 70s) por haber abusado de un menor de edad, se le bautizó con el mote de ‘’El Diablo’’. En el penal compurgó una sentencia y salió libre. Se pensó que con el encierro, Andrés iba a enderezar su vida, sin embargo, salió más ‘’fuerte’’ del penal y los delitos – entre asaltos y abusos – continuaron registrándose en la ciudad.

Andrés era un tipo alto, corpulento y no tenía vicios; tenían una particularidad, no fumaba y no tomaba. No tenía amigos porque todos le sacaban la vuelta, sabedores de que era un tipo peligroso. Siempre andaba armado de un enorme cuchillo que él mismo fabricó. Fanfarroneaba con esa pavorosa arma hecha a base de un metal con punta y en cuyo mango le enredaba algunas tiras de hule cortadas de las llamadas cámaras de llanta (neumático); ‘’es para que no se me resbale al tiempo que pico a quien se me ponga enfrente’’, les decía a los jóvenes que se reunían en algún poste o esquina de aquellos pintorescos estanquillos del barrio; tienditas cuya tecnología y la llegada de grandes empresas comerciales, tristemente se los fueron acabando.

Pues bien, este hombre, como ya se dijo, nativo de la colonia Cuauhtémoc, en sus inicios solamente asaltaba de noche a los parroquianos usando para ello su descomunal cuchillo; la gente empezó a alarmarse y hablar de un tipo que vestía largo y negro abrigo y un sombrero del mismo color y muy parecido al que uso ‘’El Piporro’’ en una película de braceros recién estrenada en ésa época.

Andrés tenía una risa aguardentosa, sarcástica y burlona; la mayor parte del día se la pasaba encerrado en su casa, a la cual nadie acudía porque ciertamente tenía un toque de miedo; la casa era oscura, había muchas plantas, árboles y decían los vecinos que en alguna parte de la vivienda había un sótano en donde Andrés hablaba – según los vecinos – con el demonio, claro que esto nunca se confirmó, pero la verdad es que la gente lo comentaba. A éste torvo individuo se le achacaba una larga lista de muertes, abusos sexuales y ataques y robos violentos, sin embargo, solo unos cuantos se le comprobaron y son por lo que estuvo preso en los penales, tanto de ésta ciudad como de Reynosa y ciudad Victoria.

Por si no lo sabía o ya no lo recuerda, le comento que la comandancia de la Policía Preventiva Municipal que operaba en la esquina de la avenida Constitución con 16 de septiembre, también funcionó durante muchos años como Centro de Readaptación Social (Cereso o conocido comúnmente como penal), ahí, igual metían bajo arresto a un borracho que un asesino, como del que estamos hablando, en este……Continuara.

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