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Al Vuelo-López

por Joel Cárdenas

Por Pegaso 

CAPÍTULO I 

         Los resultados del análisis de laboratorio no revelaron el extraño padecimiento del Sr. López. 

         Todo parecía normal, y sin embargo… 

         El día en que empezó a sospechar que algo estaba fuera de lugar, no le dio importancia. 

         A final de cuentas, era un detalle insignificante. 

         Frente al espejo, se miró un poquito más bajo de lo normal. 

         Traía las mismas pantuflas de siempre, el mismo peinado de siempre, había almorzado lo de costumbre, pero aquello era algo fuera de lo común; no había una causa aparente de lo que observó, y por eso mismo, pronto lo echó al olvido. 

         Se reintegró a sus actividades normales en su pequeña oficina de contador público, cercana a la Administración de Control Tributario de su ciudad. 

         Atendió a los clientes, llenó formas de declaraciones fiscales y realizó los trámites requeridos. 

         A la mañana siguiente, tras ducharse y almorzar apresuradamente, de nuevo volvió a notar que era más bajo que el día anterior. 

         Pasó una semana y su sorpresa pasó a ser alarma. 

         Acudió de nuevo al laboratorio de análisis clínicos para conocer el origen de su extraña enfermedad, pero los nuevos resultados tampoco arrojaron luz sobre aquel enigma. 

         El médico sólo atinó a decirle que quizá se trataba de algo sicosomático porque no había en el conteo de glóbulos, química sanguínea, examen general de orina o en el copro algo que sugiriera la presencia de algún agente infeccioso. 

         La balanza del consultorio marcó dos kilos por abajo su peso normal de 67 y su estatura era cinco centímetros menos. 

         Para el galeno, sin embargo, resultó algo normal ya que algunos pacientes de mediana edad empiezan a perder masa corporal por la falta de ejercicio y la dieta deficiente. 

         No era el caso del Sr. López puesto que se levantaba muy temprano, hacía una rutina de ejercicio y después preparaba su desayuno rico en fibras. 

         El diagnóstico profesional no lo tranquilizó porque cada día se veía ante el espejo y notaba la pérdida de estatura. 

         Pronto sus clientes y compañeros de oficio notaron el cambio. 

         ¿Qué estaba pasando con el Sr. López?-se preguntaban. 

CAPÍTULO II                                         

         El Sr. López ya no salía a trabajar. 

         Encerrado en su oficina, veía cómo los objetos antes tan familiares crecían rápidamente ante sus ojos. 

         La mesita donde guardaba sus gafas ya le resultaba inaccesible. 

         Desesperado, cayó al suelo mientras amargas lágrimas rodaban por sus mejillas. 

         El teléfono sonaba con insistencia y su timbre era ensordecedor.  Afuera de la oficina, los coches pasaban raudos, completamente ajenos al drama que se vivía en el interior. 

         Sobre una de las baldosas del piso, el Sr. López realizó un esfuerzo sobrehumano para brincar el cordón eléctrico del abanico. 

         Desnudo como estaba-porque su ropa desde hacía mucho que la había dejado-, sintió un intenso frío y buscó un lugar donde guarecerse. 

         Un gigantesco ratón pasó a su lado sin percibirlo. 

         Fue una suerte porque con una sola mordida pudo causarle la muerte. 

         Un miedo atroz atormentaba su espíritu y se pellizcó el brazo nuevamente para tratar de salir de aquella pesadilla. 

         Pero todo era en vano. 

         Había llegado a la pata de la mesa e intentaba escalarla sin lograrlo.   

         Un fuerte aleteo aturdió sus oídos y segundos después un mosquito pasó raudo sobre su cabeza. 

         Muy apenas alcanzó a esquivar la aguda trompa del insecto y corrió a todo lo que daban sus entumecidas piernas hasta alcanzar las rígidas cerdas de una escoba, escondiéndose entre ellas. 

CAPÍTULO III                                          

         Durmió profundamente, cobijado por aquel denso bosque de cerdas. 

         Cuando despertó, se halló en un mundo alucinante:  Cientos de cuerpos gelatinosos desfilaban a su vista, criaturas con flagelos como látigos parecían devorar trozos de pequeñas escamas de piel que había sobre un promontorio. 

         Temió ser presa de aquellos depredadores microscópicos y se escabulló, tratando de pasar desapercibido.          Las horas transcurrieron y el Sr.

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